En medio de un paisaje dominado por la soledad, hasta los habitantes de pueblos aislados pueden conectarse a Internet.
TILCARA .- Para los interesados en circuitos turísticos alternativos, con un toque de alma ecológica, nada mejor que los pequeños pueblos solares de la Puna jujeña. El recorrido es una aventura que puede dejar en el visitante una huella emocional profunda: el turista se conmocionará con la inmensidad del paisaje; los salares tornasolados, grandes desiertos donde los trabajadores de la sal construyen esculturas; los caminos zigzagueantes y el susurro del viento al atardecer.
Escenarios y vivencias que atrapan: en los recuerdos quedarán las imágenes lejanas de los paneles fotovoltaicos de los pueblos y las cocinas circulares, resplandecientes como platos voladores en los comedores comunitarios.
Dispersos en un área de población escasa están semiescondidos en la base de los cerros y muchos de los turistas al recorrer los pueblitos se pierden: no saben si están ante una ilusión óptica o dentro de una fantasía cuando ven el despliegue fotovoltaico en las bajas casas de adobe.
Situados en algunos casos a más de 4000 metros de altura sobre el nivel del mar, en desiertos o en los amplios recovecos de la imponente cordillera, gracias a la aplicación de esta tecnología limpia, la gente tiene la posibilidad de iluminar sus casas, regar sus mínimas parcelas de tierra, conectarse a Internet, cocinar con energía inagotable y dejar de lado velas, lámparas de querosén y los escasos leños. Los pueblos, en diferentes cantidades, tienen artefactos solares como colectores de agua caliente, sistemas de calefacción, cocinas y hornos.
TRAYECTOS
Dos son los circuitos propuestos por la bióloga alemana Bárbara Holzer, de la Fundación Ecoandina, una de las principales promotoras del proyecto desde su hogar jujeño. Ambos se ubican en los paisajes de la Puna.
Holzer comenta que el viaje puede comenzar en San Salvador de Jujuy, desde donde se parte rumbo a Tilcara, donde hay hoteles, hosterías y restaurantes, más un taller solar imperdible, el del grupo Proyecto de Integración de Rescate de la Cultura Andina (Pirca), conducido por Armando Alvarez y Ecoandina. En este lugar se construyen cocinas solares parabólicas para familias y otras comunitarias.
Lo que sigue es Abra Pampa y por la ruta N° 7 se llega a Rinconada. Recorriendo tramos sinuosos, con alturas que legan hasta los 4200 metros, se podrá gozar de una vista panorámica de la laguna y comenzar el descenso a Casa Colorada, población habitada por ex mineros que aún lavan el oro en el río cercano al pueblo.
Allí se observan los primeros baños solares construidos por ellos, una cocina comunitaria y un terreno de uso público preparado para el cultivo de riego por goteo. A 15 kilómetros de allí está San Juan de Misa Rumi, donde se encendió el primer panel solar en 1994, colocado por los Amigos Alemanes de la Puna. En este lugar está la casa ecológica Ecohuasi de Ecoandina y el primer prototipo de calefacción solar con aire caliente en la escuelita del pueblo.
Desde allí se llega a Cusi Cusi, pasando por Ciénaga Grande y Paicones. Holzer recomienda visitar las antiguas terrazas de cultivo que pueden recuperarse con riego por bombas accionadas con paneles solares; calefacciones solares en la escuela de Ciénaga y en el comedor infantil. Otros pueblos beneficiados son San Francisco, San Juan y Oros, y Varas.
Desde Abra Pampa, por la ruta 40, pasando por la laguna de Guayatayac y las Salinas Grandes, es factible llegar a Cobres, Salta, localidad que también cuenta con baños públicos solares, plantas de tratamientos de aguas residuales y, por supuesto, las prácticas y económicas megacocinas.
Igualmente interesante, al sur de la provincia resulta San Juan de Quillaques, que forma parte de la parroquia de Susques, departamento puneño vecino a la República de Chile.
Estos circuitos son considerados de avanzada ya que la Puna solar merece ser considerada como una región pionera en el aprovechamiento de las bondades del sol, y un paseo que debuta en el imaginario de los viajeros.
EL FUEGO, ENEMIGO DE LAS ESPECIES
La tola (arbusto leñoso de la región) es la fuente universal de combustible de la Puna. Una familia integrada por seis personas llega a consumir entre cuatro y cinco toneladas de tola por año, que se emplea para preparar comidas, hornear el pan y calentar el agua para bañarse. En un pequeño pueblo puneño el consumo de tola durante el año supera las 100 toneladas.
La extracción excesiva de las plantas leñosas, y su uso como combustible vegetal, conduce a la paulatina desertificación en amplios espacios de la zona.
Si el suelo queda descubierto, la delgada capa de tierra fértil es arrasada por efectos del viento y el agua. Una vez en marcha es difícil y a veces imposible revertir el proceso de degradación.
Una planta de tola tarda 40 años hasta desarrollarse plenamente, y uno de los pocos árboles autóctonos de la zona, la queñoa, precisa de 80 años a un siglo para crecer y madurar.
La tala de los mismos y su empleo como combustible los ponen en peligro de extinción. En la región todos los integrantes de la familia participan en la recolección de la leña. Suelen caminar varios kilómetros para juntar un puñado de ramas y armar un atado de veinte o treinta kilos que luego trasladan sobre las espaldas hacia sus hogares para encender el fuego. .
Autor: María Teresa Morresi
Fuente: La Nación.com